Ha notado que muchas veces, cuando va a un restaurante no logra acabar el plato que le sirven. Pues bien, lamento darle una mala noticia… ¡usted no es el único! muchos hemos tenido esta sensación. Para evitarlo, ¿no sería más sensato preguntar previamente al cliente que tamaño de porción desea? 

Los residuos en el plato constituyen una de las principales razones del desperdicio de comida en el mundo; se calcula que, de cada tres comensales, uno deja la tercera parte de su plato (10% de desecho). Una inocente práctica que día a día bota a la basura, millones de toneladas de comida elaborada. Una burla a la realidad de personas que no cuentan con los medios suficientes para acceder siquiera la mínimo de alimento vital.

Cuando se cruza la línea de la escaces a la disponibilidad, un concepto de calidad ligado al aspecto físico de los productos agrícolas se convierte en exigencia recurrente de una población que adquiere mayores ingresos. Este cambio de comportamiento genera una fuerte presión sobre el agricultor para seleccionar y desechar los productos que no alcanzan estos “estándares”. Entre los productores una regla tácita es aceptada; aproximadamente un 25 por ciento de las cosechas es considerada como descarte no comercializable (ya sea por falta de tamaño, color, forma, etc.).

Entre la chacra del productor y la mesa del cliente final también se generan pérdidas importantes. Prácticas inadecuadas en el viaje, en el almacenamiento y la conservación de los productos agrícolas, mantienen una cadena constante de desperdicio, primero del aspecto físico y luego de la composición misma. Sin ir muy lejos, los anaqueles de los supermercados son continuamente cambiados, seleccionando y eliminando los productos que van perdiendo su calidad comercial. ¿Se ha preguntado a dónde van todos estos productos?

Actualmente, después de las mesas familiares, el tacho de basura es el segundo destino en importancia de los alimentos perecibles (frescos en primer lugar y luego los procesados). Si Sumamos las pérdidas por selección en campo (25%), en la postcosecha y comercialización (20%), e incluso en el plato del cliente final (10%), nos hallamos frente a unas cifras de terror aceptadas socialmente pero que hace tiempo debieron dejar de ser moralmente permitidas.

En la agricultura, la innovación y el desarrollo aún mantienen un sesgo marcado en obtener mayor productividad y mayor calidad. Sin embargo, ¿se han puesto a pensar en cuanto podría incrementarse la disponibilidad de alimentos si tan solo redujéramos los desperdicios en cada eslabón de la cadena alimenticia? ¿Si en vez de simplemente botar, nos enfocaramos en encontrar alternativas para un aprovechamiento mayor del que ya tenemos?